Emailgelio 319 del 25 febrero 2018 – Segundo domingo de Cuaresma (B)

Deslumbrante y encarnado

En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos. (Mc 9,1-9)

 

          Una aparente contradicción: los discípulos dicen que allá se está muy bien y, sin embargo, estaban asustados. ¿Masoquismo que disfruta pasándoselo mal?

          Nada de eso. Hay desconcierto – no sabía lo que decía –, pero es una experiencia que les desborda y, a la vez, les pide una nueva mentalidad: Dios es el inefable, el invisible, el deslumbrante pero hay que encontrarlo en la actividad de cada día, en el codo a codo con las personas de carne y hueso que encuentran o buscan en su caminar. No se pueden quedar allá arriba como si para encontrar a Dios tuvieran que evitar mezclarse con los hombres.    

Esas dos facetas de Dios – el desbordante de grandeza y el encarnado en esa persona limitada que veo cada día y en la actividad que desarrollo – no se asimilan fácilmente y de golpe. Por eso, los discípulos no tienen que hablar con ligereza de la experiencia que han tenido ni imponerla como si todos estuvieran obligados a tenerla y de la misma manera.

La resurrección de Jesús les dará la clave. Ahora no saben lo que es eso –discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos -, pero  que bajen de la montaña y actúen con la fuerza y el aliento que han recibido allá arriba.

No siempre van a sentir el mismo fuego. A veces tendrán que caminar en la penumbra interior y exterior. Que entonces recuerden la voz que salió de la nube: Este es mi Hijo amado, escuchadlo. Procurad hacer de vuestra vida una respuesta constante a lo que Él os dice.

Pero ¿cómo distinguiremos su voz entre tantas voces que nos dicen cosas contradictorias? Recordad que es el Hijo amado y el que os ama. Escuchad, por tanto, los mensajes que invitan a amar, a superar envidias y odios, a practicar la justicia, a defender al débil, a perdonar. Haced todo eso no a palo seco sino cultivando la amistad con su persona y haciendo vuestras gozosamente sus opciones de vida.

Desde que Jesús resucitó, ya ha llegado la resurrección a la que había que esperar. Se activa cada vez que digo a la vida en los pequeños y en los grandes momentos de la existencia. Esas respuestas cotidianas van preparando y dando pasos en la línea de nuestra resurrección definitiva.

                                                 Ignacio Otaño SM