Emailgelio 337 del 1 de julio de 2018 – Domingo 13 del tiempo ordinario (B)
Consolar y salvar vidas
En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella para que se cure y viva”. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: “Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe”. No permitió que le acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: “¿Qué estrépito y que lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida”. Se reían de él. Pero él los echó a todos fuera, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: “Talitha qumi” (que significa: “contigo hablo, niña, levántate”). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar – tenía doce años -. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña. (Mc 5-21-24. 35-42).
Si toda muerte es dolorosa, algunas las sentimos muy especialmente. Esta escena evangélica nos habla de un padre que acaba de perder a su hija de doce años. ¿Cómo podemos nosotros mostrar nuestra cercanía en momentos de tanto dolor? Hay palabras que son dichas con toda la buena intención pero que, lejos de consolar, ahondan más la herida. Incluso el recurso fácil a Dios y su voluntad, como si el mal procediese de un querer suyo arbitrario, es una manera de presentarlo como cruel y ajeno a lo que sufrimos cada día.
El Papa Francisco, tras afirmar que “Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas”, destaca, en primer lugar, gestos humildes que acompañan mucho más que grandes discursos: “una palabra que da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor, una oración que permite ser más fuerte… son todas expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos”.
Cuando no se sabe qué decir, es mejor callar y acompañar en silencio: “A veces también el silencio es de gran ayuda; porque en algunos momentos no existen palabras para responder a los interrogantes del que sufre. La falta de palabras, sin embargo, se puede suplir por la compasión del que está presente y cercano, del que ama y tiende la mano”.
Al mismo tiempo, la actitud de Jesús muestra una colaboración activa en la superación del mal. Para nosotros, la muerte y tantos dramas humanos que ella provoca son insuperables, pero poner todos los medios a nuestro alcance para que las desgracias no ocurran y las circunstancias adversas sean vencidas es seguir la huella de Jesús.
No podemos devolver la vida a quien está muerto, pero podemos aportar nuestro granito de arena a que se curen enfermedades y, practicando la solidaridad, a salvar vidas de niños y adultos.
Ignacio Otaño SM