Compartir vida
En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús, que pasaba, dijo: “Este es el cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscáis?”. Ellos le contestaron: “Rabí (que significa maestro): ¿dónde vives?”. Él les dijo: “Venid y lo veréis”. Entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día: serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”. Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: “Tú eres Simón el hijo de Juan, tú te llamarás Cefas (que significa Pedro). (Jn 1,35-42)
El Papa Benedicto XVI decía que estamos en tiempos de “emergencia educativa” y explicaba: “cada vez es más arduo transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un recto comportamiento”.
Comprobamos que esos valores dados doctrinariamente sin contacto con la vida difícilmente penetran en las personas. Los que empezaron a ser discípulos de Juan y luego fueron dirigidos por este hacia Jesús buscan dónde y cómo vive Jesús. No empiezan preguntándole por doctrina, normas o reglamentos para seguirle sino ¿dónde vives?, cómo podemos compartir tu experiencia de vida. La respuesta de Jesús no es un discurso sino simplemente: Venid y lo veréis.
No se pueden asumir los valores evangélicos a palo seco, como quien aprende una serie de principios pero no los ve vivos. El teólogo Javier Vitoria dice que “un cristianismo ético-político, basado exclusivamente en el indudable atractivo de los valores evangélicos y en su fiel cumplimiento, resulta a la larga impracticable. Un cristianismo de este porte resulta inviable, si no se tonifica con la experiencia vital de que el Dios cristiano no solo es Padre y Hermano, sino también Compañía en las refriegas de la vida”.
En esa línea de experiencia, no solo de concepto, es sugerente la intuición del filósofo y teólogo protestante alemán Paul Tillich (1886-1965) que subraya la importancia de saber que “eres aceptado”: “A veces una ola de luz irrumpe en nuestra oscuridad y es como si una voz nos dijera: ‘¡Simplemente acepta el hecho de que eres aceptado!’. Si esto nos ocurre, experimentamos la gracia. Después de una experiencia así, podemos no ser mejores que antes y podemos no creer más que antes, pero todo queda transformado”.
Trasladado todo eso a la educación, pone de relieve la influencia de la actitud acogedora del educador más que sus brillantes sermones. El fundador de los marianistas, Gullermo José Chaminade (1761-1850), confiaba en el corazón del maestro, “cuando está lleno de Dios y simpatiza, por la caridad, con sus alumnos” más que en ningún método de enseñar la religión o en ningún ejercicio de piedad. Y un discípulo suyo de primera hora, Juan Bautista Lalanne (1795-1879), destacado pedagogo, afirmaba que “las máximas más santas que hagáis llegar a la inteligencia, y que grabéis incluso en la memoria, no llegarán hasta el corazón si no son sugeridas por una voz amiga y familiar”.
Ignacio Otaño SM