Emailgelio 333 del 3 de junio de 2018 – Solemnidad de Corpus Christi (B)

Emailgelio 333 del 3 de junio de 2018 – Solemnidad de Corpus Christi (B)

Cuerpo de Cristo

El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”. Él envió a dos discípulos diciéndoles: “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua: seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: ‘El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’ Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena”.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Cogiendo una copa pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.

Después de cantar el salmo salieron para el monte de los Olivos. (Mc 14,12-16. 22-26).

 

            Para los primeros cristianos, durante mucho tiempo, la expresión cuerpo de Cristo se refería indistintamente a la Iglesia y a la Eucaristía. El pan y el vino compartidos son símbolo de la unidad de los cristianos. De ahí una comparación característica en la Iglesia primitiva: como el pan está hecho con muchos granos de trigo molidos en una sola harina y el vino con muchos granos de uva prensados, así los cristianos deben fundirse en la unidad.

            Se comprende entonces que Pablo denuncie la incoherencia de los corintios que celebraban la Eucaristía y, sin embargo, fomentaban las divisiones y ahondaban las desigualdades sociales: “en vuestra comunidad, cuando os reunís, los bandos están a la orden del día… Vuestra cena ya no es la cena del Señor” (1 Cor 11,18-22).

            En las eucaristías primitivas, celebradas en una cena fraternalmente compartida y en un clima de acción de gracias al Señor, los apóstoles o los que habían tenido relación con ellos hablaban de lo que habían aprendido de Jesús y de lo que habían experimentado junto a Él; proclamaban su fe en Cristo muerto y resucitado; conversaban entre ellos sobre cómo aplicar a las propias vidas estos acontecimientos. Por cierto que, según cuenta el libro de los Hechos de loa apóstoles, un día Pablo se alargó demasiado en su explicación hasta medianoche y el joven Eutiquio, que estaba sentado en la ventana, se durmió y cayó desde el tercer piso.

            La Eucaristía servía además para compartir los bienes, manifestación de que tenían un solo corazón y una sola alma. Ponían los bienes en común de modo que nadie quedaba desamparado.

            Sin duda, esa presentación de comunidad cristiana tiene mucho de ideal, señala una dirección. No supone una exclusión de los imperfectos, que luchan, no siempre con éxito, por ser mejores. La Eucaristía es la cena de Aquel que comía con pecadores. Jesús resucitado comparte la mesa con sus discípulos, que antes le habían abandonado: significa que, a pesar de todo, son readmitidos en la mesa como invitados. Es un signo sensible de perdón. Desde esa perspectiva, la Eucaristía es el sacramento de la ternura de Dios.

                                                           Ignacio Otaño SM