Emailgelio 335 del 17 de junio de 2018 – Domingo 11 del tiempo ordinario (B)
Sembrar sabiéndose frágil
En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: “El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”.
Dijo también: “¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo, en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado. (Mc 4, 26-34).
Hoy nos sentimos desbordados por una fuerte crisis religiosa y podemos pensar que el evangelio ha perdido su fuerza original, que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la atención del hombre o la mujer de hoy. Es verdad que no es ahora el momento de “cosechar” éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin desalentarnos, con más humildad y verdad.
El evangelio no ha perdido su fuerza humanizadora, Jesús no ha perdido poder de atracción. El Papa Francisco ha pedido a menudo a los cristianos que no hagamos proselitismo sino que evangelicemos por atracción e irradiación.
Se puede sembrar la semilla evangélica a cualquier edad y en cualquier situación personal. Sembramos no solo con nuestras palabras y nuestros gestos explícitamente religiosos sino también, y más verazmente, con nuestro modo de conducirnos, con nuestra acogida al que se acerca a nosotros, con nuestra conversación, con nuestro interés por las preocupaciones del otro, en particular del más necesitado, por el modo como afrontamos nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Con nuestras actitudes damos a entender si Cristo es Alguien decisivo en la propia vida o es, a lo sumo, un simple añadido suplementario. Si su mensaje está vivo o muerto en nosotros.
El Papa Francisco dice también que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”.
Eso no significa que no podemos sembrar mientras seamos imperfectos. Un autor italiano, Paolo Scquizzato, ha escrito un librito que se titula: “Elogio de la vida imperfecta” y lleva como subtítulo: “El camino de la fragilidad”. Se pregunta sobre qué hacemos y cómo vivimos con nuestras heridas, sobre todo las producidas en nuestras relaciones interpersonales. Responde que “la única solución es vendar nuestras heridas con esa sustancia cicatrizante que es el amor: única posibilidad de crecer y de ver las propias impurezas convertidas en perlas”. Si, en todo momento, en lugar de resentimiento, nos esforzamos en cultivar amor, estaremos sembrando alrededor de nosotros la semilla del evangelio.
Ignacio Otaño SM