Emailgelio 340 del 22 de julio de 2018 – Domingo 16 del tiempo ordinario (B)
Soledad solidaria
En aquel tiempo los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma. (Mc 6,30-34).
Se ha descrito la soledad como una muchacha de caderas estrechas, y de melena rubia tapándole la cara para que nadie le reconozca, capaz de filtrarse por las paredes como los espíritus. Es huésped de las ruidosas fiestas juveniles; está durmiendo entre dos esposos que ya no se aman, acompañando al político en su campaña electoral; o al hombre de negocios en sus éxitos profesionales. La soledad se incuba siempre entre la multitud. Suele dejar en paz a la persona que de verdad le da la cara, sin temerla.
Una prometedora atleta dice lo que sintió cuando, siendo más joven que sus competidoras, pulverizó todos los récords de su categoría y alcanzó la meta entre los aplausos de una multitud enfervorizada y entregada: “alcancé la meta rendida, agotada, feliz… La gente alegre. Aplausos y abrazos”. Pero “¡qué vacío tan grande viví en medio de toda aquella gente y de aquel jaleo!”.
Aunque a primera vista parezca paradójico, se puede sentir una soledad extrema rodeado de gente y de ruido. Por el contrario, puede uno reconocerse profundamente solidario desde el silencio interior.
Cuando la soledad se entiende mal, puede cerrar a la persona en sí misma, hacerla insociable, incapaz de afrontar la vida y la convivencia. Pero la soledad bien entendida da la posibilidad de profundización humana, de silencio y esperanza, de libertad interior, de centrarse en lo importante, de unirse con Dios. El famoso monje trapense Thomas Merton (1915-1968), contemplativo y comprometido en favor de los derechos humanos, decía: “La verdadera soledad abre de par en par las puertas de la generosidad. La falsa soledad cierra la puerta a todos los hombres y se agota en las propias tonterías”.
Igualmente René Voillaume (1905-2003), fundador de los Hermanitos de Foucauld y maestro de espiritualidad, subraya cómo el silencio bueno dispone a la comprensión y al encuentro con los otros, nos lleva a escucharles con atención y a ponernos en su lugar, dando profundidad a las relaciones humanas.
El gran filósofo Xavier Zubiri (1898-1983) escribió: “En la verdadera soledad están los otros más presentes que nunca”. La soledad permite “enfrentarse y encontrarse con el universo entero”.
En esta escena evangélica de hoy, Jesús quiere que los suyos saboreen la soledad que no aísla de los demás sino que refuerza su comprensión y empatía. Siente lástima de esa multitud, que anda como ovejas sin pastor, y se pone a enseñarles. No los ha abandonado. El alto en el camino consigue mantener el fuelle y multiplicar la entrega.
Ignacio Otaño SM