Emailgelio 353 del 21 octubre 2018 – Domingo 29 del tiempo ordinario (B)
Ser feliz sin aplastar
En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?”. Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el Bautismo con que yo me voy a bautizar?”.
Contestaron: “Lo somos”. Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el Bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo: está ya reservado”.
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús reuniéndolos les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. (Mc 10, 33-45)
Hay que reconocer la dificultad para asumir este texto evangélico en una sociedad ferozmente competitiva como la nuestra en que a menudo se necesita no solo ser apto para una función sino también derrotar a los otros.
Sin embargo, la actitud que pide Jesús quizá sea hoy más necesaria que nunca para un género de vida realmente humano. Al fin y al cabo, todos luchamos, a veces con armas equivocadas, por una mayor felicidad.
El problema está en que se quiera ser feliz siempre a costa de otro, aplastándolo o arrinconándolo. Entonces un afán desmedido de felicidad al precio que sea produce paradójicamente una gran infelicidad. El escritor y dramaturgo francés Jules Renard (1864-1910) reconocía que, en el mundo de la literatura, para triunfar de verdad, primero tienes que triunfar, y luego que los demás fracasen. Pero también afirmaba: “soy un hombre feliz, pues he renunciado a la felicidad”.
Para ser feliz hay que desprenderse del ansia de felicidad centrada solo en el propio triunfo y salir de sí mismo practicando la compasión y la solidaridad. Según el evangelio, es preciso proponerse ser servidor.
Pero también el verdadero servicio requiere un talante, una cierta mística. Solo a golpe de voluntarismo el servidor se convierte en intratable. Chesterton decía que “todas las cosas parecen mejores cuando uno las ve como dones”. Servir no es una pesada obligación a cumplir refunfuñando y haciéndose siempre la víctima sino un espacio para expresar la gratitud por lo que se ha recibido. Son comprensibles los momentos de debilidad en que la carga provoca mal humor y resulta difícil de llevar con alegría, pero en la orientación de la vida puede ser clave saber agradecer.
Está comprobado que “las personas agradecidas tienden a ser felices”. Además, el sentido de gratitud es inversamente proporcional a la envidia. Por tanto, nos protege contra algo que entorpece y vicia el verdadero servicio. No se está uno recomiendo todo el día con comparaciones que no van a ninguna parte ni lamentándose de modo estéril por lo que no ha recibido. Al contrario, agradece, disfruta de lo que ha recibido y lo comparte con los demás.
Ignacio Otaño SM