Emailgelio 356 del 11 noviembre 2018 – Domingo 32 del tiempo ordinario (B)
Justicia con la viuda pobre
En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía: “¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa”.
Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”. (Mc 12,38-44)
En el libro del Deuteronomio se prescribía que las viudas debían ser mantenidas y ayudadas con los ingresos que se recogían a través de las ofrendas del templo. Pero, en este caso, sucede lo contrario: en lugar de recibir ayuda, como le correspondería, ella aporta todo lo que tiene. Al poner de relieve y alabar el gesto extremadamente generoso de la mujer, Jesús subraya también la tremenda injusticia de esta situación.
Podemos llegar a creer que no debemos nada a los pobres. Sin embargo, ya en el siglo IV-V, San Juan Crisóstomo era contundente sobre este asunto y decía: “no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”.
La Conferencia episcopal boliviana afirmaba en el año 2012 que “tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre”. Seis años antes los obispos de Nueva Zelanda habían recordado que “un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir”. Benedicto XVI en 2009 y el Papa Francisco en 2015 coincidían en que tenemos un “superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora”. Para que todos los seres humanos vivieran como el español medio haría falta disponer de 2,5 planetas como el nuestro.
La explotación de los recursos naturales, los grandes monopolios del comercio, el desequilibrio entre los precios de las materias primas y las de los productos industriales, las nuevas patentes de los descubrimientos científicos y técnicos, especialmente de los medicamentos, juegan siempre a favor de los poderosos en detrimento de los pobres.
La mayoría nos sentimos impotentes ante esas injusticias estructurales. No se encuentran recetas en ninguna parte. Puede ayudarnos, además de compartir lo que somos y tenemos, la invitación del Papa Francisco a “cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas”, conformando un nuevo estilo de vida. “Se puede necesitar poco y vivir mucho… La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida”.
Ignacio Otaño